Alicia no fue invitada

Alfonso de Castro

Alicia vive feliz en el país de las maravillas, en un rincón del Gran Buenos Aires. Se despierta en Ciudad Evita, en un castillo fantasma de chapa y cartón. Acumula 13 veranos sin sol pero parece no importarle la falta de recreo, de un chapoteo inocente, de una mano que la sujete y que cuando lo haga, lo haga fuerte. 

Hace un rato largo que Alicia cambió vacaciones por terremotos. Planes por supervivencia. Escuela por porquería. Comidas por mates. Y mientras la yerba empieza a perder sabor, estrena como ayer esas intenciones dulces que se le caerán sin que se dé cuenta en un semáforo, al borde de la calle o quién sabe dónde. Igual mañana, cuando la resaca de hoy le coma la cabeza como lo hace ahora y se canse de llorar, volverá a resucitarlas. 

Es que Alicia quiere ser alguien mejor pero no alcanza el precio. Y este martes un poco raro, la llevará con los ojos cerrados a mil rincones hasta hacerla estallar, buscando esa posibilidad de princesita que lo más probable no encuentre. Que no encuentra aunque le declare la guerra mil veces y mil veces más a la mala suerte. 

Por eso suele poner en penitencia a las maravillas, sobre todo cuando se pelea con sus miserias. Es que en su castillo de chapa y cartón, Alicia se viste con ropa regalada, se peina con un cepillo viejo y dibuja con miel la verdad. Esa que dice que todas las Alicias viven en un país con maravillas y a ella nadie la invitó.

Luciana Salvador Serradell


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