Besos para Muriel (II)
Durante
más dos años, casi cuatro, pensó que después de los 30 y a los 40, los
besos ya no se dan. Ni uno.Tampoco en la frente. Que se olvidan. Hace
tiempo que a Muriel no la besan. Ni en los labios, ni en las manos. Tampoco
en la frente ni el cuello, por eso pensó que los había olvidado. Que
los besos se olvidan cuando uno se hace grande, pero algo tenía que pasar
y Muriel al final no pudo disimular que lo andaba buscando. Una
necesidad tan natural, tan femenina. Tan real, la de mezclar los fuidos y
volver a sentir. Volver a por todos los besos que le eran debidos,
desde el primero hasta el último y repetirlos hasta que la boca duela.
Por eso Muriel salió a buscarlo. Sintió la estática en la piel. El
estomago duro. El aire denso. La cabeza en la luna y ganas de llorar.
Ganas de llorar por un beso. Un beso que la deje sin aire.
Que la lleve a la luna despacito. Suavecito. Con sabor. Un beso que la
enamore de nuevo, que se vuelva a enamorar de ella. De su cuerpo, de sus
caderas, de su espalda. De sus ojos y la forma de sus pestañas. De la
Muriel que se había olvidado. De la mujer que colecciona besos cuando
son los besos más que caricias.
Orquídeas para Raquel
Quería subirse a su espalda, que él
la voltee de prisa y se suba a la de ella para tocar la luna con los
pies. Volar la cabeza. Escaparse del tiempo. Sujetarse las manos.
Besarse. Morderse, morderse hasta los huesos. Que le dibuje toda una
galaxia nueva uniendo con su dedo índice los lunares que Raquel
tiene en su espalda. Quería hablar de ella, del espacio infinito que
hay entre ella y la felicidad. Sobre las fronteras que tuvo que
cruzar y a donde no quiere regresar, sobre los olores, sobre los
abismos que siente cuando se siente mujer. Sobre el sol que siempre
sale, la ambigüedad de las situaciones. Sobre los milagros y el
milagro de encontrarse. Sobre pensarse, imaginarse. Sobre él y sobre
ella. Quería hablar de todo y de nada con tal de encontrar un motivo que
no lo deje ir. Una razón para que él se quede. Es que Raquel solo
quería mostrarle su jardín secreto, el que nadie conoce y al que se
llega acariciando sus piernas. Regalarle margaritas y orquídeas. Volver a acariciarlo y que la acaricie. Pero
lo besó muy de prisa y él se asustó. E igual que el resto, no supo ver. No vio que Raquel
no busca motivos de más, solo se quiere volver a a enamorar.
Besos para Marta
Durante más de dos años, casi cuatro,
pensó que después de los 30 y a los 40 ya no se dan besos. Ni uno. Ni en la
frente. Que se olvidan. Pero tenía que pasar algo y Marta no pudo
disimular que lo andaba buscando. Sintió la estática en la piel y
también la de él. El estomago duro. El aire denso. La cabeza en la
luna y ganas de llorar. Ganas de llorar por un beso. Un beso que la
deje sin aire. Que la lleve a la luna despacito. Suavecito. Con
sabor. Un beso que la enamore de nuevo, que se vuelva a enamorar de
ella. De la Marta que había olvidado, de la mujer que colecciona
besos cuando los besos son más que caricias.
Eso quería Matilde
Amar. Amar sobrepasando todo lo que es
querer, sobrepasando la piel y lo que hay por debajo de los huesos.
Llegar hasta el aire que la infla y de adentro hacia afuera volver a
amar. Eso quería Matilde, amar hasta quedarse sin aire. Vacía pero
sintiéndose viva. Morderse los labios y volver a respirar hondo.
Donar por amor todas sus ganas y también las caricias, las que venía
acumulando desde hace años. Eso buscaba Matilde, obsesionada
con el amor. Con regalar sus besos a cambio de la inconsciencia de
querer con el cuerpo entero y todos los puntos de la cabeza, aunque
sea una vez. Una única vez. Y entonces escupir todos los fluidos
para dejarse atar a los los riesgos. A los inconvenientes de amar con
locura y con todas las fuerzas. Matilde se moría por eso, por
probarlo. Por hundirse en las sensaciones que quiebren, que lo rompen
todo. Que acaban con los ojos y la manera de ver. Con las piernas y
la manera de andar. Con la boca y la manera de amar. Por eso saltó,
para dejarse caer al precipicio pero se confundió. Confundió
abismo con amor.
Las costuras de Lucia
Lucia se coció las costuras del corazón, todos los agujeros por donde se salía. Se coció para no volver a perderle, para que no se le saliera de nuevo todo lo que guarda por dentro. También para no perderse. Se dio forma nueva, una diferente que tiene puntada doble e hilo rojo, un rojo obscuro. Se lo coció porque así es mejor, porque no se puede ir por la vida siendo puro corazón.
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