Besos anzuelo

Estábamos los dos en la misma esquina, a la misma hora, por los mismos motivos, pero él estaba presente y yo dos meses atrasada. Él quiso tener una segunda vez y me esperó un mes. Estaba parado en la misma esquina cuando llegué y por motivos físicos y cuánticos que desconozco el tiempo se detenía cada vez que quedábamos aunque los dos estábamos a destiempo. Y entonces él probó besarme para traerme a su tiempo, fue por sorpresa, estaba sentado al frente mío, se paró y me besó cuando pasó por mi lado y yo lo besé también para confirmarlo. Y si hubiese sido por esperar hubiésemos logrado combinar tiempos pero no lo hicimos. Tampoco lo sabíamos. No nos esperamos o no nos entendimos. Yo me fui y el se quedó. Cuando volví yo sentí que había llegado a su tiempo pero tenía miedo que él no estuviese en el mío y no quise uno de besos anzuelos. Y la historia sigue que ella sigue buscando esos besos que se parezcan a los de él, y él se casa con otra. Todo muy realista.

Sin vos

Tenía una pecera y treces peces. Tenía un océano y sal. Tenía el cielo, la tierra y también el infierno. Tenía mi ego y tus besos. Tenía planes y consignas, dos pasajes y hojas en blanco. Tenía tu sombra y tu olor. Tenía valijas, almohadas, un vestido rojo, cortinas blancas. Tenía velas de vainilla, una alfombra verde y tres pimientos. Tenía sentimientos, tenía sueños, tenía ganas e ilusiones. Y entre tantas cosas que tenía te perdiste.
Me quedé sin la ilusión de la pecera y los tres peces, sin el océano y la sal. Sin cielo, ni tierra, ni infierno. Me quedé sin ego y sin tus besos. Sin planes, ni consignas, ni pasajes y sin hojas en blanco. Sin la ilusión de tu sombra, de tu olor. Ni valijas, ni almohadas, ni vestido rojo, ni cortinas blancas. Ni velas de vainilla, ni alfombra verde y sin pimientos. Me quedé sin sueños. Me quedé sin vos.

Aveces quiero flotar, flotar y flotar

Se me apalancan los pies. No quieren caminar y atrás viene una ola grande que me asusta. Me rasco la cabeza, miro al cielo y no veo el sol. Intento pensar, vuelvo a mirar mis pies, quiero despegarlos del suelo pero no puedo. Intento pensar pero los nervios no me dejan y me desmayo en cámara lenta mientras mis neuronas hacen un flashback. Caigo lentamente hacia adelante, mis brazos hacia atrás y mientras se me van cerrando los ojos empieza a sonar Metro Station cantando Kelsey en mi cabeza. Mis pies se sueltan del suelo justo antes de tocar el suelo con la nariz y floto. Floto por encima de la ola y veo como lo pinta todo de verde. No entiendo qué pasa. Me cuesta reaccionar, mi corazón despide una señal de alarma pintada en amarillo, “¿dónde estás?”. La señal viaja a la velocidad de la luz por el sistema nervioso y cuando llega a la cabeza todo entra en cortocircuito: Feliz navidad mamá; ¿porqué se mueren las personas?; amigas para siempre; creo que me estoy enamorando; se casó con otra; voy a escribir algo para pensar;… Feliz 33… Y lo entiendo todo y de mis ojos empiezan a brotar litros de lágrimas de aguarrás para borrar lo verde. Quiero irme a casa y pego la vuelta pero no se cómo ir. Bajo el vuelo a un metro de altura del suelo y empiezo a buscarla. El sol empieza a brillar en mi cara y el reflejo verde no me deja ver cuál es la mía y me voy dejando caer. Caer, caer, caer hasta que una mano en un guante azul me sujeta y frena la caída. Levanto la mirada y era él y de su boca sonaba Sail away de David Gray. La señal amarilla se fue apagando poco a poco y apareció otra roja mucho más fuerte que me habilitó fuerzas para flotar mucho más alto. Sujetaba su mano con guante azul y no podía sacarle la vista de encima. Era él y había viajado a por mí, y finalmente sujetado mi mano cuando más lo necesitaba. La señal roja era cada vez más fuerte mientras viajaba por mi sistema nervioso pero cuando llegó a la cabeza lo hizo con la canción Very Good Advice de Robert Smith explotando los agudos… Me sujeté la cabeza con ambas manos para apagar la canción y la canción salió por mis oídos, por mi boca. Yo no quería esa canción. No quería soltarme de la mano del guante azul. Y empece de nuevo a caer en picada y el hombre del guante azul se quedó mirándome desde arriba. Fui cayendo de espaldas hacia el suelo agitando los pies y con las manos en los oídos. Y le gritaba para que me espere, que no se vaya, y se hacía cada vez más pequeño. Antes de caer me desperté de golpe. Tenía el corazón acelerado, la boca seca. Miré a mi alrededor y estaba sola en mi cama. Miré el despertador, eran las tres de la madrugada. No había ninguna canción. No se escuchaba nada. Me acosté de nuevo, me puse en posición fetal e intenté pensar en blanco. Sentí un frío que me subía por la planta de los pies, como si estuviesen mojados. Mojados en color verde.
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