Enredadera

Cae una gota color acuarela y se entierra en mi poro. No se supo fértil hasta que un tronco de raíz me comenzó a crecer desde el mismo brazo con que escribo.
La movilidad de mi cuerpo, cada vez más débil por la sangre sobre absorbida desde una raíz que crece hacia adentro de mi piel. Florece un tallo débil que busca abrirse espacio entre carne y huesos, se enrosca muy de apoco, casi sin sentirlo al hueso de mi brazo derecho.
Dolor plácido de mil sensaciones raras y el esfuerzo del tallo por procrearse en mi brazo, absorbe mi líquido y en una parálisis sanguínea el tallo dio una hoja acuarela. Sentí cosquillas y abismo. Con la mano izquierda me rasqué el exacto mismo lugar donde por debajo de mi epidermis crecía enroscada a mis huesos una enredadera. Y las cosquillas fueron escalofríos, fiebre, náuseas.
Estiré mi brazo por sobre la mesa y bajo la luz de una lámpara conté siete hojas debajo de mi piel. Se me irritó la vista y tragué saliva para esquivar el asco. Caí de espaldas y me dormí.
Al rato desperté por la comezón. La pierna derecha temblaba mientras desde adentro sentía como la piel se estiraba, y lo que pensé eran varices era el mismo tallo que bajaba enroscado hasta el fémur, tibia y peroné. Entre vómitos me saqué las medias en el momento justo cuando la piel se había cortado para dejar salir una hoja gruesa.
Agaché la cabeza, me saqué la remera. Todo por dentro se movía en crecimiento. Piel estirada casi transparente dejaba entrever hojas color acuarela, y enroscados a mis huesos una enredadera. Ya no era yo, sino éramos dos.

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